Me gusta Jerusalén dorándose eternamente en su luz. Me gusta su atmósfera, sus antiguas calles y pasajes, sus tiendas, el estilo de sus viviendas, templos y edificaciones en general. Las vetustas puertas de la ciudad anuncian no sólo la entrada a una urbe llena de vida, ajetreo mundano y material rápido y ansioso como en cualquier otro punto del planeta, sino también el paso hacia un mundo secreto, sin tiempo y espacio al alcance de todo el que encuentre la clave.
La clave a un mundo superior.
Me gusta el Muro de los Lamentos cuya visión entrando desde la puerta de Iafo con el dorado y majestuoso Domo detrás, me sobrecoge y transporta a lo más recóndito de mi interior, de mi historia, de mis generaciones... Hablando en un plano espiritual, divide los deseos puros de los impuros, o sea, los egoístas de los altruistas.
Y es que me gusta también lo que se dice de Jerusalén.
La gente la ve como la capital espiritual del mundo y los cabalistas explican por qué. Dicen que la Jerusalén verdadera se siente en un corazón corregido. Hay dos Jerusalén, la Jerusalén superior (espiritual) y la inferior (material); y el hombre debe construir la Jerusalén espiritual, construir el 3º Templo donde debe morar con los atributos de dar después de vencido el deseo de recibir para si mismo. El camino es difícil, y se hace entre los errores, fracasos, luchas, odios y sufrimientos que hay que corregir para transformar nuestro deseo de recibir por el de otorgar y así llegar a integrarnos de tal manera que sea imposible no amar al prójimo como a nosotros mismos. Esa es la Santidad, ni más ni menos. Una forma de existencia que debemos alcanzar, no un estado de gracia para unos pocos privilegiados.
Dicen los cabalistas que todos los secretos se encuentran en el nombre de Jerusalén y a lo único que hay que temer es a la incapacidad de dar amor por lo que la única y mejor plegaria es la de pedir desde el corazón la fuerza que nos elevará del mundo egoísta en que vivimos al del altruismo y amor. Que la oración verdadera, frente al muro, que es la pantalla que nos separa del altruismo, es una sola, que “es donde el hombre pide unirse en un solo cuerpo, en un solo hombre, en un solo corazón, un gran corazón en el que se unirá toda la humanidad “(Michael Laitman).
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